El 84% del territorio sufre sequía en diferentes intensidades, agravada por la falta de lluvias de los últimos meses, según se desprende del Monitor, el organismo de Conagua que la vigila. Pese a que estaba previsto y la evolución histórica del clima en el país lo contemplaba, ya pasó en 2011 y 1996, los otros dos episodios de sequía extrema que golpearon a México y de los que, ha quedado claro, no se ha aprendido lo suficiente.
Con el aumento de las temperaturas de los últimos años (en 1985 la temperatura media anual era de 20.4 grados, en 2019 fue de 22.4), el fenómeno se acelera. En consecuencia, los suelos se secan más rápido y se desatan los incendios que arrasan con la vegetación y la biodiversidad.
Durante 2020, las precipitaciones no consiguieron abastecer del todo al conjunto de presas del sistema y ahora, en consecuencia, de las 210 presas más importantes de México, más de la mitad están por debajo del 50% de su capacidad. Además, 61 de ellas están en estado crítico con menos de un 25% de agua, especialmente en el norte y centro del país.
La falta de investigación para poder desarrollar tecnología y planes de prevención que eviten la falta de agua en las presas es una de las principales razones por las que México vive condenado a repetir su historia, entender cómo funciona nuestro sistema de agua para simular escenarios y prepárarnos en caso de una época seca, el agua que llueve en México debería ser suficiente si se almacenara bien para evitar pérdidas en las deterioradas infraestructuras.
Es por eso que el Comité Nacional Sistema Producto Oleaginosas plantea la siembra de cultivos oleaginosos como opción alternativa ya que utilizan menor cantidad de agua respecto a otros cultivos básicos (maíz, trigo y arroz), además se cuentan con variedades tolerantes a la sequía (canola y cártamo), cuentan con la comercialización prácticamente asegurada y el porcentaje de ganancia es mejor respecto a los demás cultivos.