EL TLCAN ha acentuado las desigualdades regionales y productivas del campo mexicano, donde de 5.3 millones de unidades económicas rurales, 72.6% son de subsistencia o autoconsumo, 8.4% desarrollan actividad empresarial pujante, y sólo 0.3% pertenecen al sector empresarial dinámico, revelan las investigadoras Rita Schwentesius Rindermann, del CIIDRI, Universidad Autónoma Chapingo, y Alma Velia Ayala Garay (INIFAP).
México comparte con Estados Unidos y Canadá una complementariedad en su comercio internacional, el cual está valuado –de todos los sectores en conjunto- en 1.1 mil millones de dólares (SAGARPA, 2017). Los acuerdos establecidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) han permitido a México un crecimiento hacia a fuera para convertirse en el décimo segundo productor de alimentos del mundo, así como alcanzar una balanza comercial agroalimentaria superavitaria.
Sin embargo, las estadísticas oficiales muestran una pérdida de la soberanía y seguridad alimentaria para los mexicanos, la producción nacional es insuficiente para abastecer la demanda interna de algunos alimentos básicos. En 2013, se importó el 79% del consumo doméstico de arroz, 93% de oleaginosas, 58% de trigo y 82% de maíz amarillo (DOF, 2013), situación que se han cimentado hasta 2017
Durante 2017, Canadá, México y Estados Unidos llevaron a cabo cinco rondas de negociaciones del TLCAN, vigente desde hace 24 años –la sexta ronda se realizará del 23 al 28 de enero del 2018 en Montreal, Canadá– el cual, en materia agroalimentaria ha sido un factor determinante en el sector agropecuario de los tres países que lo integran.
Lo cierto es que la apertura comercial de México en los años 80 del siglo pasado y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1992 han definido el rumbo del sector agropecuario, por lo que resulta fundamental un espacio de reflexión sobre los retos y oportunidades que se derivan de la renegociación del mismo, con la finalidad de justificar con datos objetivos la emergente necesidad de su revisión para establecer mecanismos de protección de algunos productos agropecuarios.
Como se menciona en diversos estudios, desde los inicios del TLCAN, uno de los sectores que presentó mayor complejidad fue el agropecuario por su sensibilidad económica, social y política, así como las grandes asimetrías con Estados Unidos y Canadá, en dimensión y competitividad natural en algunos productos, orientación exportadora y, también, en los subsidios a los productores de esos países (Ruíz, 2014).
El TLCAN progresivamente eliminó casi todas las tarifas y cuotas arancelarias al comercio agrícola entre los tres países, durante un período de transición que empezó el primero de enero de 1994 y concluyó el 31 de diciembre de 2007. Antes hubo cuatro periodos de eliminación arancelaria: inmediata, 4 años, 9 años, y 14 años para los productos agrícolas más sensibles (SECOFI, 1994), y la importación sin ninguna restricción de los productos más emblemáticos para México: maíz y frijol, contraviniendo lo negociado.
El comercio agrícola entre Estados Unidos y México es en gran parte complementario, lo que significa que los Estados Unidos tiende a exportar productos diferentes a los productos que México envía. Granos, semillas oleaginosas, carnes y productos relacionados representan alrededor de cuatro quintas partes de las exportaciones agrícolas de EE. UU. a México. México no produce (más bien no ha querido producir) suficientes granos y semillas oleaginosas para satisfacer la demanda interna, por lo que los productores de alimentos y ganaderos del país importan volúmenes considerables de estos productos para fabricar productos de valor agregado, principalmente para el mercado interno (Crawford, 2011).
El sector agroalimentario mexicano está considerado como primer productor mundial de aguacate. Segundo productor en harina de maíz, jugo de limón concentrado, sorgo para forraje y semillas de cártamo. Tercero en limones y limas, jugo de naranja, chiles, pimientos y alfalfa. En vegetales congelados como cuarto productor internacional y quinto en brócoli, coliflores, huevos de gallina, espárragos y toronjas (DOF, 2013).
Durante 2015 y 2016 hubo un cambio en la balanza agropecuaria y agroindustrial, esta se volvió positiva, sin embargo, puede ser también explicada por la devaluación del peso frente al dólar y nuevos métodos de cálculo por parte de EE.UU. En el 2015 se obtuvo un superávit de 1,730 millones de dólares. En el 2016, el superávit tuvo un crecimiento de 85.2%, al registrar 3,274 millones de dólares. En los primeros seis meses del 2017 el superávit comercial fue de 2,759.2 millones de dólares, 25.1% superior al de igual periodo del 2016 (SAGARPA, 2017).
El TLCAN fue el primer acuerdo de integración regional en someter al sector agropecuario al proceso de desgravación arancelaria cuando los esquemas de integración económica buscaban ganancias en productividad para el sector manufacturero. El sector agropecuario fue excluido o amparado por políticas especiales, como la Política Agropecuaria Comunitaria en la Unión Europea o los Farm Bill en Estados Unidos (Ley Agrícola). En el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) fue la primera en programar negociaciones en el sector agropecuario, y los conflictos que se manifestaron en este tema hicieron peligrar la firma de acuerdos (Finger, 1993). Esta historia se repitió en las negociaciones de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC, organización que siguió al GATT), y resonaran en las del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) mientras los Estados Unidos no acepten reducir sus subsidios y abrir sus mercados a las exportaciones de América Latina.
A finales de 1993, cuando el Congreso de la Unión dio su visto bueno para el Tratado (ya firmado a finales de 1992), se podría argumentar, de parte de este poder, desconocimiento de las implicaciones, falta de democracia y esperanzas sin fundamento de los productores. En el año 2017, la situación es completamente distinta, ya son evidentes los impactos que ha tenido el TLCAN en la agricultura mexicana, por ejemplo, en el campo mexicano existe una heterogeneidad en los sistemas de producción, mientras que, en la parte sur y sureste predomina una agricultura de autoconsumo y uso de mano de obra familiar, y en el norte del país una agricultura empresarial con tecnología de producción “moderna” y gran empleo de jornales.
En el campo mexicano, existe un segmento comercial competitivo y en contraste, la gran mayoría de unidades económicas rurales, son de subsistencia o autoconsumo: de 5.3 millones de unidades económicas rurales, 3.9 millones (72.6%) pertenecen a esta categoría y sólo 448 mil (8.4%) desarrollan actividad empresarial pujante, y 18 mil (0.3%) pertenecen al sector empresarial dinámico (Corona, 2016). La agricultura mexicana, en el momento de iniciar las negociaciones conducentes a la firma del TLCAN estaba afectada y aun lo está por un marcadas diferencias regionales y productivas, que se han profundizado a lo largo de los años.
Para el nuevo escenario de posibles renegociaciones se debe tener presente que el gobierno mexicano arrancó una impresionante maquinaria propagandística sobre el Tratado que grabó en la conciencia colectiva de los campesinos mexicanos que ese constructo es la fuente de casi todo lo malo de lo que ha pasado y está pasando, así que un cambio o tal vez la suspensión del mismo pueda ser una gran solución. No obstante, la globalización a través de su expresión más visible que es el TLCAN ha penetrado la vida cotidiana en una magnitud que su existencia se hizo invisible para los más afectados.