Múltiples son las ventajas de las semillas certificadas, tanto en el ámbito agronómico como fitosanitario, por lo que resultan atractivas para los productores, aun cuando su precio es considerable en relación con semillas tradicionales.
Con semillas certificadas los agricultores obtienen mayor productividad en relación con las razas criollas y garantizan una germinación homogénea, por ser uniformes y estar clasificadas en tamaños, lo cual posibilita una cosecha mecánica.
Otra ventaja es que se encuentran libres de malezas y son sometidas a un tratamiento químico que evita la presencia de plagas y enfermedades.
Su precio en el mercado es 50 por ciento más elevado que las semillas tradicionales, pero menor a las importadas, apunta Gabino García de los Santos, coordinador del Departamento de Semillas del Colegio de Postgraduados.
Desde hace más de cuatro décadas, recapitula, México cuenta con tecnología para producir semillas certificadas, sin embargo, las políticas gubernamentales han derivado en una pérdida de la capacidad para generar semillas nacionales de calidad. Hoy, son pocos los agricultores mexicanos que invierten en la producción de semillas de esta clase, pues el mercado es ocupado por grandes empresas transnacionales y privadas.
Los productores generalmente utilizan semilla criolla o apta para siembra, obtenidas fácilmente de siembras anteriores o en el mercado. Son un mínimo porcentaje los que emplean semilla certificada.
Los agricultores ya casi no utilizan semilla sin tratamiento químico, pues saben que pueden tener pérdidas, ya que corren el riesgo de que sus cultivos no se desarrollen.
Clasificación de semillas
Las semillas están clasificadas en cuatro categorías: semilla original (proveniente del mejorador), básica, registrada y certificada. Los volúmenes aumentan según la categoría. Para la producción de semilla certificada se utiliza la de categoría registrada.
La semilla certificada se siembra con máquina de precisión, debido a su contenido químico y a la calidad que representa. El tratamiento que se aplica comúnmente es captam –con un valor de 50 pesos en el mercado–, o furadan –600 pesos por litro-.
El uso de estas sustancias no afecta el producto porque son de contacto y no residuales, es decir, sirven para proteger a la semilla al ser colocada en el suelo; una vez que la plántula crece el químico se pierde. Existen otros químicos que al ser aplicados protegen la semilla y el cultivo, no sólo en la etapa de plántula, sino durante todo el ciclo sin ser nocivos.
Certificadora
En el ámbito semillero también se da el fraude. Hay gente que pinta las semillas y las vende como certificadas a un costo elevado, pero cuando se siembran en campo no germinan, o no se obtienen las mismas ganancias que una original, señala el investigador.
Por ello, el Servicio Nacional de Inspección y Certificación de Semillas (SNICS) es el organismo encargado de registrar, verificar y certificar el cumplimiento de las disposiciones legales en materia de semillas y variedades vegetales en nuestro país.
Su función consiste en inspeccionar el proceso de producción de semillas certificadas, desde la elección de la tierra de siembra hasta la recolección y empacado para su venta en el mercado.
"Hay todo un esquema para producir semilla certificada y darle al agricultor la semilla que se va a utilizar para consumo humano, que sea de buena calidad”, afirma Gabino García.
El SNICS, órgano desconcentrado de la Secretaría de Agricultura, tiene la facultad de decir qué lote sembrado no cumple los requerimientos y darlo de baja; además de que es la que otorga la etiqueta de garantía después de un minucioso seguimiento y análisis de la producción.
Transnacionales acaparan mercado de semillas en México
Producir semilla certificada resulta costoso, pero redituable. El productor que desee emprender este negocio necesita de un alto capital para invertir; los gastos inician desde el registro de las hectáreas ante el SNICS, pasando por las labores de cultivo hasta llegar a la comercialización.
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Courtesy of Syngenta |
Los elevados costos de inversión junto a los nulos créditos en este rubro para los productores, son algunas de las razones por las que existe escasa producción de semilla certificada en nuestro país. A pesar de que desde la década de 1960 se ha desarrollado tecnología para la producción de semillas certificadas, factores como las políticas gubernamentales que han decidido importar las semillas de Estados Unidos (maíz), Brasil o España (soya), le han quitado terreno a la producción nacional, considera Gabino García.
Más de 80 por ciento de las semillas para la producción de cultivos en nuestro país se importan –no todas son certificadas–, así tenemos que sólo 38.7 por ciento de la superficie sembrada con maíz es de semilla certificada, el resto se siembra con semillas criollas.
En el caso de cultivos como el trigo, se utiliza semilla de calidad en 77.4 por ciento de superficie sembrada, papa en 20, avena en 39, cebada en 47 y para el caso de frijol únicamente 3.5 por ciento.
Las empresas transnacionales abarcan 40 por ciento del mercado mundial de semillas certificadas, incluido nuestro país. Tan sólo Monsanto acapara 80 por ciento del mercado, compitiendo con otras grandes compañías como Syngenta, Dupont, Limagrain y KWSAge.
De las 10 corporaciones que controlan la mitad del comercio de semillas en el ámbito internacional, Monsanto y Dupont son las dos que están trabajando de manera más intensa en México, indica el investigador.
Esto porque con la desaparición de la Productora Nacional de Semillas (Pronase), el gobierno eliminó el principal órgano encargado de producir de manera oficial semillas de calidad y regular el mercado en México. Aunado a este hecho, el cambio que se dio a la ley de semillas permitió que el mercado quedara totalmente abierto a las grandes empresas transnacionales y privadas, situación que aprovechó Monsanto para crecer sin ningún obstáculo gubernamental, ni competencia alguna de por medio, llevándose “la mayor parte del pastel”, comenta el investigador.
La actual dinámica para la producción de semillas en nuestro país, permite que empresas privadas realicen investigaciones para producir y crear sus propias variedades, función que anteriormente realizaba de manera exclusiva el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agropecuarias y Pesqueras (INIFAP).
En la actualidad el mercado de semillas atiende preferentemente a la agricultura empresarial, sobre todo el de híbridos de maíz y sorgo de las regiones más productivas del país. La producción de semillas de maíz para la agricultura campesina está desatendida, como lo están algunos cultivos que se autopolinizan (arroz, frijol y avena), asegura Antonio Turrent Fernández, investigador del INIFAP.
Desde los años cuarenta empezaron a producirse semillas en México. La evolución permitió la existencia de material para certificar y producir de una manera organizada. En los años sesenta nuestro país llegó a ser exportador de semillas de trigo y de maíz, sin embargo, esto es sólo un recuerdo que quedó para la historia.